4/25/2006

El Café

Claramente recuerdo haberla citado en el café Palazzo a las nueve. Justo ahora, a 10 minutos de su llegar, empieza el tren de ansiedades que me obliga a recrear la escena tal como mi miedo la ha planificado. Su nerviosa mirada, su reservada postura, su mente interrogándose sobre la extrañeza de mi llamada. C. debe estar sospechando de mis intenciones, debe poder aspirar el hedor de mi sudor adolescente, que escapa de mis manos como si el cuerpo rechazase la pasión que me invade y disloca mi tambaleante cordura.

Se que no puedo hacer mucho. Iniciar un monologo curioso, hacer unas cuantas referencias a personajes ficticios, y finalizar con la estocada soñada. Purgar mi dolor robándole un beso intenso. No seria fácil, tendría que aguantarle con firmeza la cabeza, tal vez mantenerla inmóvil jalándole el cabello, aprensando tiernamente su cuello. Dios, que difícil será. Toda esta planificación para darme coraje. Pero, al fin y al cabo, ¿acaso tengo otra opción?, me dejara mañana para siempre, viajando a lugares remotos, sin recordarme. Solo así puedo alcanzar la inmortalidad en su conciencia, solo así puedo garantizar que no seré olvidado.

Anécdota

Otro mediodía sudoroso en una sabana enorme que no descansa del mal gusto, del sexo y de la violencia. En caravana cuatro cristianos arrepentidos, en vía crucis literario viajando al inicio del centro del mundo, donde la verdad se escondía en anaqueles polvorientos, en sed, sudor y la imagen de los ojos de una púber eterna. Ojos que pudiesen ser como dos espejos, uno frente al otro, lanzándose al infinito y perdiéndose en confusiones, palabras y libros. Hasta que el fin de la siesta del gran jefe marca el instante en que por recepción una mala edición de Les Miserables sale de la mano de una niña que se niega a envejecer.

4/04/2006

...esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético.
Jorge Luis Borges

4/02/2006

Ciao

No fuimos más que un adiós. Manos que se encontraban nerviosas en cafés caros del imperio de plástico, seguido de besos tiernos y miradas asustadas. Aterrados siempre por el abandono seguro que era pronosticado por cielos nublados, por el cigarrillo húmedo que era compartido, por el tardío coito. Un adiós que gritaba la estocada final a infantes que compartían como infantes, a niños que jugaron a quererse, cuando sentían que ya no era época de ser niños.

Ficción y Representación

Escribir, entonces, es producir significado, y no reproducir un significado preexistente. Escribir es progresar, y no permanecer sujeto al significado que supuestamente precede a las palabras. Como tal, la ficción no puede ser ya la realidad, ni una representación de la realidad, ni una imitación, y ni siquiera una re-creación de la realidad; solo puede ser una realidad. (Federman; cp. Graff, 1979; p. 18).

Este nuevo espacio, esta nueva postura, pone de manifiesto una visión que atenta contra la concepción clásica de la representación, no es solo que las proposiciones temáticas deben ser tomadas como ficciones, sino que la razón de que esto sea así reside en que todos los intentos lingüísticos por describir el mundo lo son. Como signo y significado nunca pueden coincidir, todo signo es abierto e indecible y no porta relación estable alguna con su origen u objeto aparente (Graff, 1979).

Este es el punto actual, ese desde el cual marcamos tan grandes distancias con la visión expuesta al principio de este ensayo del valor adaptativo o educativo del sentido. Pero lo que Graff expone de forma muy audaz es no que estas distancias son irreconciliables, sino que no son tan abismales del todo. Cuando Paul De Man introduce los conceptos de lenguaje cotidiano (uno que, por fines prácticos, presupone una confianza ingenua entre signo y significado) y lenguaje literario (aquel que llama la atención hacia su propia ficcionalidad e indeterminación) es posible vislumbrar que la mimesis se mantiene.

En un mundo en el que nadie puede mirar fuera de la prisión del lenguaje, la literatura, con su confesión incorporada de autoconfianamiento, se convierte una vez más en el gran oráculo de la verdad, pero ahora la verdad es que la verdad no existe (Graff, 1979; p. 24).

Ahora podemos observar que las convenciones literarias son una atadura cultural producto de los tiempos que vivimos. Las convenciones de anti-realismo son en si mismas miméticas del tipo de realidad irreal en que la realidad moderna se ha convertido (Graff, 1979). Y así, la literatura puede seguir enseñándonos valiosas lecciones, la lección de que ya no hay lecciones absolutas que aprender.