1/10/2007

Nostalgias

Hace aproximadamente un año inicié el placentero habito de escribir en un Blog. Viendo como es que necesitaba un espacio seguro para almacenar algunos antiguos escritos, decidí inaugurar Vicisitud: el ocio hedonista como un esfuerzo para acumular antiguos abortos de cuentos o ensayos que nunca logré perfeccionar, bien sea por falta de interés o de tiempo en el momento de su redacción.

Vicisitud se ha enriquecido de otros detalles. Algunos amables comentarios de escasos lectores, uno que otro fragmento de una obra que disfruto, y hasta las letras de canciones que me niego a olvidar. Al final, Vicisitud se convirtió en la memoria fragmentada de mi alter-ego WolfStrife. Pero ahora me temo que el siempre perverso WolfStrife va a tener que cargar con alguna de las preocupaciones de sus dobles que moran en Caracas.

WolfStrife y yo hemos compartido un afecto por viejos libros de historia universal. Crecimos juntos leyendo sobre Alejandro y Napoleón, revisando la Revolución Francesa y los argumentos de Cromwell, repitiendo los Veni, Vidi, Vici de Julio Cesar, así como las caídas de Constantinopla y la emergencia de las naciones Latinoamericanas. Hemos pasado horas refugiados en imágenes de guerras sangrientas y romances magníficos de aquellos que habitaron cientos de años antes que nosotros.


En cierto sentido, esto ha ayudado a que nosotros no tengamos nuestros propios recuerdos. Siempre hemos utilizado la historia como bastión de las verdades, como puntos de referencias. Esto no implica en que creamos que la historia es cíclica y puede interpretarse así nuestros acontecimientos a través de la misma. Más bien apunta a la formación de los afectos, que siempre han estado reposando en eventos que no nos son propios.

No sufrimos nuestras nostalgias. Siempre hemos padecido las de otros.

Se que suena al discurso del loco. Pero bare with me for a minute please. Ya en la adolescencia, nuestro imaginario de rebeldías se conformó a través de los vestigios de la generación X, generación a la que no pertenecimos. Una vez aquí en Caracas, mis amigos recordaban y anhelaban rostros de una ciudad que nunca vivimos, que nunca observamos. A pesar de esto, adoptamos sus anhelos como nuestros, pues eran narrados con una belleza y una distancia encantadora. Nos convertimos a la fuerza en caraqueños, observando y apreciando la brutalidad de esta tentadora megalópolis.

El problema está en el presente. Ya no vivimos de relatos del pasado, de anhelos ni de historia. El presente me hace temer por el futuro. Nuestro país esta cambiando y nosotros empezamos a sentir nuestras propias nostalgias. En nuestras fragmentadas memorias, WolfStrife y este servidor han logrado establecer un territorio propio de afectos, internalizar los rostros de un pasado que ahora se pinta encantador.

Ahora, cuando temo por la inminente perdida de algunas rutinas, aparece la nostalgia como afecto que estructura la realidad. Mañana, cuando probablemente termine siendo un expatriado (en el mejor de los casos por elección propia), esos afectos señalarán a unos años felices que ya no regresarán. Me tomo la molestia de estas lineas porque, como espacio fragmentado de mis memorias, no quiero olvidar muchas cosas. Hoy no quiero olvidar que tengo miedo de perder algo que nunca tuve. Tengo miedo de vivir en perenne nostalgia. No quiero olvidar que tengo miedo.