3/12/2007

El cadáver de la eternidad

Una imagen me genera una ansiedad terrible. Recurrente en varias pesadillas, un espejo al fondo del pasillo refleja al alterego, vestido de smoking, sosteniendo una copa. El alterego observa el reflejo con lastima, y luego, ya en primera persona, nos damos cuenta de que caminamos por la piscina de la casa de la novia, en plena conciencia de nuestro rol: somos el novio.

En nuestra mano izquierda descansa la champaña mientras la derecha busca insistentemente un cigarrillo en el traje. La noche es ruidosa, obstinante, con el sonido de la hora loca saliendo de la boca de varios de los ya ebrios invitados. Nos miramos en el agua, mientras le agregamos sabor salado de una lágrima que cae del rostro. Nos recuperamos, nos volteamos, y vemos el traje blanco desfilando a por nosotros. Bajamos la cabeza, mientras ella susurra en nuestro oído: por siempre y para siempre.

Luego despertamos iracundos.

Mientras el alterego va al trabajo, conduce, charla con adorables burguesitas y come la basura del McDonald’s más cercano, me deja la responsabilidad de hipotetizar sobre el malestar nocturno a fin de concretar un buen descanso para la próxima noche. Y hoy, mientras el alterego escucha música, creo que he dado con la respuesta.

¿Cómo esperan que creamos en la eternidad?

¿Cómo esperan que nos aboguemos a ella?

Alterego aceptó hace tiempo que hay que comprar cosas nuevas, pues las cosas no duran. Alterego aceptó hace tiempo que no se debe pensar en la muerte, pues la gente rechaza esos temas. Alterego aceptó que este país no tiene mañana, así como las cosas no tienen mañana, así como su cuerpo tampoco lo tiene. ¿Y aún así esperan que nos comprometamos? ¿Qué juremos lealtad eterna? ¿Es acaso que debemos también aceptar que nuestra palabra no tiene mañana?

Y allí esta el punto. Nuestra palabra también es efímera, incluso la escrita y la jurídica. Se nos ha robado la eternidad, y cuando aceptes que incluso lo que Wolfstrife escribe hoy será borrado de la memoria, no te molestará tanto la hipocresía final. Así que no te angusties tanto por la obligación de tener que decir acepto algún día. Sabemos que crees que si no crees en el mañana, tal juramento no puede ser dicho (y Wolf se asoma y grita: ¡como garantizar que siempre estaré allí por ella!). Pero te equivocas. Es justamente el no creer en el mañana el que te permitirá emitir el juramento, pues este no tiene ningún valor.

Así que relájate viejo amigo, y busca una burguesita apetitosa para casarte.