9/04/2007

Diálogos (I)

Un salón oscuro, decorado con arte corporativo, algunos diplomas sin importancia y alfombras rojizas, fue el escenario de la primera plática cara a cara ente WolfStrife y el Alterego. Un encuentro muy tenso, lleno de palabras vulgares, insultos y llanto. Gracias a la existencia de múltiples alteregos (alguno de los cuales son mediocres taquígrafos) pretendo reproducir aquí algunas de las escenas más polémicas de la discusión.

WS: Mi estimado cobarde, compañero de irreversibles resacas, inusual testigo de mis brillantes proyectos, ¿Cómo anda usted el día de hoy? Observo con cuidado que su cabello se encuentra más largo y sucio que de costumbre, que su infantil barba esta sin afeitar, y que sus labios están resecos y morados, restos de un mal vino si mal no estoy viendo.

AE: Su voz esconde un sutil nivel de sarcasmo común al de aquellos que preguntan sabiendo la respuesta. ¿Si usted mora en mi, estimado WS, que sentido tiene preguntar sobre aquello de lo que fue testigo?

WS: No se moleste mi patético compañero, y no vaya a creer que sólo busco humillarlo más con mis preguntas. Sólo deseo que elaboremos, juntos y desde el más sincero dialogo, aquel evento que parece haberle marcado a pesar de su voluntad. ¿Acaso existe mejor forma que la de una narración?, usted se verá obligado a iniciar, enredar y desatar el nudo de una historia a partir de sus comunes categorías. Así entenderemos el evento y le removeremos su culpa.

AE: Cómo si usted fuese capaz de sentir culpa amigo mío. En fin, empecemos. Un miércoles en la noche, escapando de las reuniones con los yuppies (esas suceden en la mañana) y con los decadentes (esas son las del final de la tarde), me hallo en medio de un bar con una linda dama. Pedimos vinos y quesos y charlamos en números, culpas y desamores.

Mi celular vibra, notificándome de una tarea que el Alterego de las 4:59pm le impone al Alterego de las 11:46pm. Las manos empiezan a sudar y la cavidad bucal se llena rápidamente de saliva. Trago nerviosamente y paso el incomodo momento con un sorbo del mediocre Malbec. Empiezo a hiperventilar y pido disculpas a mi joven compañera. Coloco un fajo de billetes sobe la mesa y salgo velozmente del local.

WS: ¡Que grosero y torpe puede ser usted!

AE: ¿Cómo te atreves a juzgarme sin conocer el contenido del mensaje?

WS: Conociéndolo mi querido amigo. Recuerde que yo a usted lo recuerdo, de la misma forma en que usted me recuerda a mí.

AE: ¿Acaso podrías haber llevado a cabo la orden que yo me impuse unas horas antes?

WS: Usted estaba obligado. Debías hacerlo, es parte de tu juramento. ¿Cuánto tiempo más habrá de pasar antes de que te rindas ante ella? ¿Cuánto más alargaras el momento en que te olvidas de mí y juras lealtad? El compromiso eterno, el fin de la juventud, la individualidad distorsionada.

AE: Aún no puedo.

WS: Y por eso eres, y serás, por siempre, un cobarde.

Las platicas entre Alterego (uno de los tantos) y WolfStrife continuaran en próximas entregas (bueno, si los taquígrafos así lo permiten).