2/19/2007

Ficción Robada


La soledad me sorprendió en estos carnavales. Una fecha dionisiaca me halló sumergido en reflexiones al respecto de Doña Bárbara y de las identidades caribeñas. No por elección, o por lo menos la elección no giró alrededor de esta fecha. Una serie de postergaciones desafortunadas me dejó con pocas opciones, así que tuve que quedarme en una ciudad vacía, ahora también desierta.

Pero la soledad sorprende, aún hoy en día, después de unos cuantos años sumergido en Caracas. El ajetreo, el trafico, el trabajo odiado, la estresante maestría, los rituales ante el televisor, las vacías charlas con amigos, todos elementos de una rutina que busca evitar sentir la soledad que se asoma sonriendo, y que hoy tomó posesión. En mi desesperación lanzo hipótesis que buscan justificar a la ciudad como un evitar de esta sensación que carcome los cimientos de la poca salud mental.

Una profesora una vez me dijo que la humanidad busca evitar el dolor a como de lugar, y que hoy en día nuestra tecnología esta brindando herramientas que parecen cumplir al pie de la letra con esa demanda. Yo creo que, con respecto al dolor, los analgésicos y los antidepresivos son una solución vacía pero efectiva a ese problema. Hoy hallé soluciones vacías, pero no tan efectivas, a una ciudad desierta. Televisión, mensajes de textos, Internet, siempre conectados, y, a la vez, siempre aislado. Tal vez mañana, último día de los carnavales, halle la cura, pero hoy me quedo anhelando mis colas, mi trabajo, y mi miseria cotidiana. No me vuelvas a dejar solo Caracas, engáñame con la ficción de conexión, de que soy miembro de una comunidad, pero no vuelvas a arrancarme la ficción, no me muestres, desde tu crueldad, la verdad.

2/05/2007

Fragmentando

…frente a la inexistencia de un pensamiento capaz de explicarnos, corremos el peligro de aferrarnos al loco del último cuarto, a la sensación de lo imponderable, a la cultura de la araña mona como eje fundamental de una identificación que es otra cosa que necesidad de ser (Cabrujas, 1982).

Durante años me alegré ante la posibilidad de un diagnostico salvaje que explicase mí forma general de ser. Saboreaba los manuales de diagnósticos buscando los patrones que abrazasen a Phillipe (el Dandy), a WolfStrife (el loco), al alterego (el que sale, trabaja, estudia, corteja), en una identidad global denominada Wolf. Me paseé por los dependientes, los narcisos, los psicopáticos, los obsesivos y los esquizotípicos. Pero no sólo dependía de la psicología para buscar las respuestas. La cultura de masas aportó, durante muchos años, respuestas efímeras a la pregunta que se niega a cerrarse: ¿quién soy?: ¿El héroe?, ¿el villano?, ¿la victima?.

Entiendo que esto suena al balbuceo del adolescente, y probablemente este sea testamento de una nostalgia eterna que no se sacude uno con tanta facilidad. Durante un brevísimo periodo hallé un diagnostico que me permitía incorporar todas las figuras, y fui feliz por ser libre. Me auto-diagnostiqué BorderLine (A personality disorder marked by a long-standing pattern of instability in interpersonal relationships, behavior, mood, and self-image that can interfere with social or occupational functioning or cause extreme emotional distress). Que alegría, que grandiosa sensación. Haber hallado un diagnostico que me permitiese ser todo, una forma de ser que no excluía nada. Podía ser poeta, científico, publicista, estudiante, descarado, nervioso, prudente, impulsivo, bárbaro, civilizado, elegante y vulgar, todo a la simultaneidad, todo al control de mis caprichos.


Para no padecer de los contratiempos del Border, tuve que pulir un poco el manual de diagnostico, para autodenominarme un Border Normal. Un ser simpático (condición complicada para los Border tradicionales), cuyo principal defecto (adorable condición) era la de su inestabilidad en la concepción de la auto-imagen. Así, rompí con más limites, con el limite del diagnostico en sí.

Me temo que mí suerte no duró mucho. A pesar de haber hallado un diagnostico que explicase mis fragmentos, la ansiedad continuó devorándome pues la pregunta básica seguía sin contestarse. Hoy en día, intuyo que el detalle no descansa en algún trauma infantil, o en alguna condición genética. Sospecho que la cosa va por vivir en un mundo de zapping, de centros comerciales, de marcas trasnacionales, de Friends, Frasier y Seinfeld. Creo que mí constante fragmentación esta sujeta a estar solo y demasiado conectado. Demasiados cambios, demasiado rápido. Creo que mí trastorno de personalidad fragmentada no es un trastorno. Es solo, como dice Beatriz Sarlo, una nueva forma de estar en el mundo.