2/05/2008

Las Villas

Se pensará que cuando las imágenes utilizadas distan tanto de las referencias del mundo real, de esas que usan los periodistas y los narradores deportivos, o los programas de travel and living o people and arts, uno juega con la ficción. No pretendo un ensayo sobre las condiciones de los relatos ficticios, o su comparación con el mundo real, sino contar de las cosas que suceden en un lugar bizarro, donde la distancia que separa el mundo de las expectativas diurnas del de la mala televisión desaparece y se confunde por siempre en la punta de la pirámide del mal gusto.

No señores, no una pirámide teórica, un modelo barato a lo Maslow. No. Algo muchísimo peor y harto más aterrador. Bienvenidos a Las Villas.

Ubicada en el centro del desagüe más grande del oriente venezolano, usted disfrutara de un modelo de suburbia de los que sólo se ve en los shows sin sentido de VH1. Una experiencia turística de primera. Una isla de relleno que conecta con el continente a través de dos puertas gigantescas, lo que le da un aura a lo Jurassic Park. Mientras usted espera la apertura de las puertas (tarea que dura de tres a cuatro aterradores minutos) observe a los costados los canales amarillentos. Levante la cabeza y conecte con el hedor. Llore si puede. Ármese de coraje. Entre.

Observará casas extrañas. Todas las formas del libro de geometría que usaba de niño: rombos, paralelepípedos, cubos, conos, cilindros. Los verá imitando a los mexicanos y a los griegos, los ultravulgares a los romanos. No tema por los extraños colores de los vehículos naranja rosados y amarillos, ni por las luces de neón que emanan. Piense en un arcoiris. Llore un poco más. Busque una casa pronto y entre. Diríjase directo a la piscina.

Allí juegue con el perro flaco y pequeño que tiene una especie de camiseta con un mensaje que debe ser gracioso (FBI o CIA). Observe con cautela a los nativos: poseen trajes de baño con motivos hawaianos, cerveza que sabe a agua o escoses muy costoso (los contrastes pueden volverlo loco, no piense demasiado, este ambiente esta diseñado para no pensar). Acérquese de forma arrogante, búrlese de ellos con la mirada y procure entablar una distancia infranqueable con ellos rápidamente. No fracase, usted debe procurar su odio en muy pocos minutos.

Búsquese un trago y beba rápidamente. Encienda un cigarrillo y siéntese en una esquina, como siempre lo hizo cuando sus padres lo llevaban a una fiesta en la adolescencia a la cual usted no quería asistir. Observe a las mujeres, son deliciosas con sus cabelleras de colores, sus pecas, sus ojos claros y su delgadez perfecta. Anhele a una de ellas. Si puede, escóndase y llore otro rato.

Busque una bicicleta. Diga que quiere explorar el campo de golf. No hay campo de golf, pero ellos creen que si. Si pasa una temporada completa allí usted también pensara que si. Llegue hasta la laguna de agua dulce. Observe las babas y los patos. Pruebe el agua y vea que es dulce. No, aún no se ha vuelto loco. Siga en bicicleta hacia el norte, siga un rato hasta que llegue al templo.

No deje que los jeroglíficos grabados en cemento le aterren. No deje que los obeliscos de yeso lo intimiden. Allí esta. Una casa de dos pisos en forma de pirámide. En el garaje un mustang del setenta y tanto. Usted ya no puede pensar más. Los contrastes no le dejarán seguir reflexionando. El mal gusto se apodera de usted. Ya no puede llorar, pero si se rinde estará en el piso doblado de la risa. No, usted no se ha vuelto loco.