4/01/2007

Ficciones de a ratos

Hoy me recuerdo infante.

Y desde mi recuerdo, revivo la ausencia de conciencia, la inocencia. Me creía el juego. Me creía el salir bien en el liceo para adquirir, gracias no a la bondad sino al esfuerzo, numerosos regalos en forma de tortugas adolescentes, carros rodeados de llamas y poderosos superhéroes cazando esqueletos brujos. Creía firmemente en una simple noción de progreso: el tiempo y el arduo trabajo traerían consecuencias deliciosas.

Después, la conciencia.

No recuerdo cuando pasó, pero si que fue después de mi llegada a Caracas. Creo que fue al rodearme de parque central, o tal vez con el embarazo de una joven amiga. Lo que quedó fue certeza de azares vitales. La vida como un juego de dados, donde los viciados juran poseer ciertas habilidades. Pero no yo. Mis esfuerzos no poseen mayor fuerza vital que el hedonismo, la culpa o el aburrimiento.

Y ahora, no estoy seguro de estar viviendo.

Lo que creo haber adquirido es cierta distancia crítica de la realidad. No me creo que más trabajo me haga más feliz, o que más desvelo genere un mejor informe. Solo en afectos, azares y coincidencias. En accidentes. Caracas y yo como un gran accidente.

No estoy seguro de que esto sea vivir. Pero es algo, y a veces no es tan desagradable.

***

***

Estructuro la vida como si fuese una novela. Y ayer, atrapado en tráfico, me lancé por una posibilidad. Una posibilidad burguesa.

Una hermosa señorita, con rasgos muy marcados, con labios prominentes y ojos oscuros. Hija de una buena familia. Un tanto xenófoba, clasista, sifrina caraqueña con lindos senos. Siempre delgada, siempre cabello largo.

Me estaba babeando ante su belleza, fingiendo temas importantes (vánales) de conversación (la bolsa, el FMI, la derecha). No iba hablar yo de libros, no quería que sospechase mi larga distancia con respecto a los yuppies. Le hablaba de progresos, de mercadeo y de dedicación. Mi farsa había funcionado.

Me estaba casando, en una casa lujosa y de buen gusto. Me había dado una hija que bautizamos Mafalda. Comprábamos un modesto apartamento en Miami. Trabajaba yo en publicidad, ella en un banco.

Pero la costura estaba descubierta, y en vez de reclamarme, me regaló una maquina de escribir. Me poseyó la locura y no pude alejarme del aparato. Perdimos todo por tratar de publicar un mediocre libro de cuentos. Se divorció de mí y me abandonó a mi suerte. Regresé a la publicidad. Años más tarde, me suicidaba.

Pero ya aflojaba el tráfico cuando planificaba mi entierro.

9 comentarios:

Victor Marin Viloria dijo...

Excelente, mi estimado Wolfstrife.

Deliciosas todas estas ficciones (y no tan ficciones) de a ratos.

Un abrazo

_WolfStrife_ dijo...

Gracias Doctor Marin.

P. E. Rodríguez/R.Coll dijo...

Ese final da justo en el blanco, Wolf: la duda entre la sana sublimación y la más completa y desesperada locura.

Un abrazo.

_WolfStrife_ dijo...

Que buena forma de resumirlo Dr. Coll. En Caracas siempre se vive en esa duda, por lo menos para nosotros de espíritus débiles.
Cuídeseme mucho.

Anónimo dijo...

Ja...ja...Buenísima la historia.

¿Qué es "sifrina"?

_WolfStrife_ dijo...

Ceryle, hallé una definición decente (bueno, casi)revisando en google:

Una Sifrina/o es una persona pudiente, que por lo general asume actitudes despectivas con quienes no poseen su mismo nivel económico. En México los llaman fresas, en Perú Pitucos y en España Pijos.

Abog. Eugenia Bavaro dijo...

...muy wolf, es interesante leerte de vez en cuando, solo para estar preparada cuando me des alguna noticia de lo que hagas o no. jejej.. te quiero mucho wolficucho. Aún espero los traguitos aquellos..!
Bavs.

Eugenia.-

Anónimo dijo...

Nada mal para describir una rutina que asota a la mayoria de los seres de este país, delicado y la vez profano!

Good Wolfx....

TAK

_WolfStrife_ dijo...

Bavs, que bien que te asomas por acá. Te visitaré por lo lares de blog pronto.

TAK, linda forma de ver Caracas. Pero solo es ficción de delicadeza, creo yo. Caracas en realidad es brutal.

Se les quiere mucho.