4/10/2008

Still

Han sido días de trasnocho, de nauseas y cansancio. Me levanto en ropa interior a revisar los resultados del futbol y escudriñar los otros blogs de la red. Al fondo acechan los infomerciales y el recuerdo del vomito sin limpiar que evoca los tragos de anoche. Cada vez poseo menos razones de seguir haciendo esto, de seguir buscando un post que lo diga todo. Prendo el primer cigarrillo, preparo un sándwich en el microondas y me sirvo un poco de coca-cola. Sigo tratando de seducir a las palabras, pero les soy antipático. Renuncio (como siempre, este es un blog de renuncias) y me dirijo a la ducha a empezar un nuevo día de nada.  

4/09/2008

¿Juventud?

Asombro, esa es la impresión general que evoca la infancia. Mi cuarto grado se dibuja en la costa rocosa al final del club donde habitaban los norteamericanos petroleros. Casas de madera, con paredes muy finas y zumbidos de los aires acondicionados. La rutina de los rociadores de jardín, como cabezas que lentamente detallan el horizonte y regresan violentamente a su posición original. Las bicicletas amarillas y verdes, lanzándose a toda velocidad por las bajadas de concreto, y los árboles frondosos del único bosque en el que me he perdido.

 

Me recuerdo delgado y tímido, terriblemente enamorado de una delgada peruana con apellido apetitoso. Nos recuerdo caminando por la playa, esquivando las algas secas que envolvían las gigantescas piedras que limitaban el desfiladero. Sus dorados cabellos que terminaban a media espalda y emanaban aromas frutales, sus uñas rosadas, sus ojos verdes, sus valientes labios. Ella logró salvarme la vida aquella tarde, cuando mis botas ortopédicas se enredaron con una rama y casi caigo al abismo. Recuerdo como me aguantó en mi desequilibrio. Creo que nunca sospechó lo cerca que estuve de morir en ese momento.

 

En mi pánico decidí sentarme. Ella se reía de mi, de mi cobardía. Yo me sentí avergonzado y profundamente agradecido. Aún hoy la evoco en mis sueños como el ángel que es responsable de mis desgracias y delicias. Desde ese día he jurado amor eterno a mi pequeña N., así como ha todas las N. que habitan el globo. Pero la primera, la original se me perdió en el Perú cuando su madre se asqueó del olor de mi pueblo natal.

 

Las N. son mujeres valientes, guerreras desafiantes que ríen mucho y lloran poco. Buscan retarme con sus habilidades físicas e intelectuales, y constantemente me pisotean salvándome la vida, acariciando mis cabeza y, por sobre todas las cosas, conmoviéndome. Mi desgracia es poder conmoverme con las N., y querer protegerlas de su desafiante espíritu, el cual es guiado por pasiones desbordadas.

 

Cuando cumplí mis dieciséis abandoné el pueblo natal. La ausencia de otras N., junto a la esperanza de hallarla a la vuelta de todas las esquinas, de las mismas esquinas de toda una vida, me iba arrastrando a la locura, lo que me obligó a buscarla en la metrópolis. La ventaja de la gran ciudad yacía no en la amplia diversidad de deliciosa jovencitas, sino en el gran numero de esquinas que albergaba. Hoy, a varios años de mi exilio, todavía me quedan muchas esquinas que revisar.

 

El ritual es sencillo y altamente gratificante, manos en los bolsillos, cigarrillo colgando del labio inferior, y los ojos muy abiertos. Una leve taquicardia a pocos pasos del cruce y luego un alto radical. Saboreo el momento, el aire seco golpeando el rostro, las gotas de sudor recorriendo la espalda, los ojos llenándose de lagrimas. Evoco su nariz y sus pómulos y los coloco en el rostro que debería tener hoy, a sus veintitantos años. La imagino sólo un poco más baja que yo, con una falda larga y un sweater verde. Tal vez algunos collares de colores y unos zarcillos grandes. Intuyo que habrá de conservar su larga cabellera y su aroma. Cuando la imagen se torna clara doy el paso necesario y la busco, alertamente. Me volteo varias veces (siempre existe la posibilidad de la distracción). Recuerdo su voz y trato de hallarla, mientras mi olfato discierne los distintos perfumes femeninos. Pero nada, siempre nada. Sólo la extraña sensación de vergüenza mientras sigo deseando que este relato termine por donde comenzó.