4/02/2006

Ficción y Representación

Escribir, entonces, es producir significado, y no reproducir un significado preexistente. Escribir es progresar, y no permanecer sujeto al significado que supuestamente precede a las palabras. Como tal, la ficción no puede ser ya la realidad, ni una representación de la realidad, ni una imitación, y ni siquiera una re-creación de la realidad; solo puede ser una realidad. (Federman; cp. Graff, 1979; p. 18).

Este nuevo espacio, esta nueva postura, pone de manifiesto una visión que atenta contra la concepción clásica de la representación, no es solo que las proposiciones temáticas deben ser tomadas como ficciones, sino que la razón de que esto sea así reside en que todos los intentos lingüísticos por describir el mundo lo son. Como signo y significado nunca pueden coincidir, todo signo es abierto e indecible y no porta relación estable alguna con su origen u objeto aparente (Graff, 1979).

Este es el punto actual, ese desde el cual marcamos tan grandes distancias con la visión expuesta al principio de este ensayo del valor adaptativo o educativo del sentido. Pero lo que Graff expone de forma muy audaz es no que estas distancias son irreconciliables, sino que no son tan abismales del todo. Cuando Paul De Man introduce los conceptos de lenguaje cotidiano (uno que, por fines prácticos, presupone una confianza ingenua entre signo y significado) y lenguaje literario (aquel que llama la atención hacia su propia ficcionalidad e indeterminación) es posible vislumbrar que la mimesis se mantiene.

En un mundo en el que nadie puede mirar fuera de la prisión del lenguaje, la literatura, con su confesión incorporada de autoconfianamiento, se convierte una vez más en el gran oráculo de la verdad, pero ahora la verdad es que la verdad no existe (Graff, 1979; p. 24).

Ahora podemos observar que las convenciones literarias son una atadura cultural producto de los tiempos que vivimos. Las convenciones de anti-realismo son en si mismas miméticas del tipo de realidad irreal en que la realidad moderna se ha convertido (Graff, 1979). Y así, la literatura puede seguir enseñándonos valiosas lecciones, la lección de que ya no hay lecciones absolutas que aprender.

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