Sus cabellos se hacían abundantes, derramados sobre la sabana mojada, agotados del ajetreo. Estaba desenfocada, con la mirada perdida, los labios reducidos y el pecho desnudo, sus brazos arrojados por encima de la cabeza, rozando el borde superior de la cama en lánguido descanso. Su boca entreabierta, su mirada casi cerrada, inhalaba hondo y casi no exhalaba, como si lo que botara no fuese aire, sino trozos del alma que huye buscando al amante que acaba de salir por la puerta de la alcoba.
6/20/2006
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